Aquí, Dalí se inicia con sus famosos relojes blandos. Él decía que no eran otra cosa que el queso Camembert del espacio y el tiempo, suave, extravagante, solitario y paranoico-crítico. En este autorretrato, un Dalí similar al que aparece en “El gran masturbador” (1929), se encuentra inmóvil y con la lengua afuera. Aparte de los insectos, se encuentra aislado en un paisaje árido y caluroso. En estas condiciones, la percepción del tiempo y del espacio, y el comportamiento de los recuerdos, adquieren formas blandas que se ajustan a las circunstancias. Veinte años más tarde en “La desintegración de la persistencia de la memoria” (1952), Dalí descompone estas imágenes incorporando el conocimiento de las consecuencias del uso destructivo de la energía atómica.
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Sandra Villanueva Miralles